miércoles, 21 de octubre de 2009

Entre el cielo y la tierra. Unamuno y San Manuel Bueno, mártir


Este año ya (¿por fin?) cambiaron las lecturas de 2º de bachillerato. No está mal, teniendo en cuenta la cantidad de años que llevaban las mismas puestas… Baroja, Cela… un poco pesado ya el asunto, así que este año, cambio. No sé cómo saldrá la experiencia, ni si las lecturas gustarán más o menos; yo creo que algunas son más apropiadas, y, antipatías personales aparte, necesitábamos descansar de algunas otras.


Esta semana he comenzado con San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno. Recuerdo que esta fue una de mis lecturas obligatorias en COU; cuando lo leí me gustó bastante, y más al comprender toda la simbología que lleva dentro el libro: la fe (la montaña), la duda (el lago), los nombres de los personajes (Lázaro, el que resucita, Ángela, la mensajera…)

San Manuel Bueno, mártir, es un libro idóneo para comprender la problemática religiosa en Unamuno y en muchos otros escritores de fin de siglo. Influenciado por la filosofía de Kierkegaard, Schopenhauer y otros filósofos de la época que reflexionaron sobre la cuestión religiosa y la lucha entre razón y fe, entre vitalismo e intelectualismo, escribe Unamuno esta nivola. ¿Qué le ocurre a Don Manuel? Es un párroco que, paradójicamente, no cree en Dios a pesar de dedicar su vida a extender la conciencia religiosa en la gente de su pueblo, Valverde de Lucerna. Se nos presenta así Don Manuel como un trasunto del propio Unamuno, con sus mismas angustias, con su misma ansia de eternidad, de que su conciencia perdure a través del tiempo, con el mismo miedo a la muerte y a la nada.

Son muchos los símbolos que podemos encontrar en esta obra: el lago, símbolo de la duda en la que continuamente se sumerge Don Manuel, la montaña, fuerte, maciza, símbolo de la fe, de la fe salvadora, pero también endeble por su cercanía con el lago y por estar coronada por la Peña del Buitre, que la devora incesantemente; incluso la nieve que la corona no es duradera y acaba fundiéndose en las aguas del lago.También los nombres de los personajes adquieren un carácter simbólico: Ángela, la mensajera, que actúa como narradora, como portadora del relato (cuenta la historia, Unamuno actúa solamente como transcriptor de la misma), Lázaro, “el resucitado”, el que finalmente se suma a la causa de Don Manuel, fingiendo creer una fe que no tenía…

Será Lázaro, finalmente, quien le cuente a Ángela el secreto de Don Manuel, esa verdad terrible; y una vez que Don Manuel lo habla con Ángela, se confiesa con ésta a la que pedirá su absolución en nombre del pueblo entero, ese pueblo que cree sin querer, por hábito, por tradición, y al que no le hace falta despertarse de ese sueño (“no hay más vida eterna que ésta… que la sueñen eterna”).

Aparecen de esta forma un gran número de simetrías en la obra: Don Manuel aparece presentado como un reflejo de Jesucristo: al igual que él, realiza un sacrificio por los demás, expande la fe entre su pueblo.

Existen muchas reflexiones que hacer a partir de esta obra. La fe, las dudas sobre la existencia en otra vida, la angustia que genera la conciencia de la finitud de la existencia, la dedicación de una persona a expandir la fe en la vida de los demás… ¿es necesario tener una creencia religiosa para intentar que los que nos rodean sean felices? ¿se vive más feliz cuanto menos conciencia se tiene del mundo que habitamos? O por formularlo de otro modo, ¿es más feliz quien menos piensa?, ¿entraña el pensamiento sufrimiento?... preguntas a las que podéis responder en este espacio. Os animo a que así lo hagáis, y a que disfrutéis de esta nivela y de la obra de su autor.

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